jueves, 24 de mayo de 2007

Bienvenida

La cosa era así: quedábamos de vernos, ¿a qué horas? A las cuatro. Casi siempre afuera de mi casa, cada quién con su bici. Llegaban Batata, Jobares, el Verde, Geras mi primo, Beto, Boqueras, Ramiro, Chuchito, Genarito (no me acuerdo cómo le decíamos), mi carnal y yo (ifes, nos decía Batata, por la torre Eiffel, porque éramos los mayores). De ahí, bajábamos afuera de la colonia hacia unos terraplenes de escombro, que amontonaron cuando la construyeron, donde había crecido yerba formando un soto lleno de largas varas, huizaches y otros arbustos y guías desconocidas, lleno de ratas, y algunas víboras, tlacuaches, arañas, y bandadas de urracas esperando presa. Montábamos sus lomas en fila, el líder adelante y los demás detrás por donde fuera: rampas, estrechos pasadizos, túneles que hacían largas guías, empredrados que cruzábamos despacio si no querías dejar ahí una llanta y otra vez otra ruta. Puta, qué chingón se sentía¡ Luego, ya cansados, bajábamos un poco más, a las parcelas. Era llegar, dejar la baicas y meterte caña adentro a buscar las que te gustaran. Entre más grandes y más manchas negras tuvieran seguro estaban más dulces. Luego volvíamos a un toril que ya casi no usaban en jaripeos, y ahí sentados en maderos, ya destecatadas, comíamos una, dos, tres, hasta cuatro cañas jugosas, dulces, frescas, suaves, que escurrían por la boca al morderlas. Y la carrilla: siempre había algo de qué reírse, alguien de quién burlarse. (Pinche Batata, cómo te encantaba recordar la vez que Boqueras quiso adelantarse, cuando vio que el líder se detenía en una lomita, y bajó en chinga sólo para topar en seco contra un muro de tierra, duro como la chingada, y salir botado de la bici hacia un matorral, jajaja.) Pero seguíamos comiendo, y ya casi al terminar la tercera caña, comenzaba a suceder: entre las piernas, como calambres suaves y fugaces, la verga empezaba a pararse, a ponerse dura, y enseguida, tenías una erección; creo que es por efecto de la fructosa (que los obreros transforman en el ingenio en azúcar blanca, refinada o morena), que actúa como energético, eso y la cachondez a los 12, 13, 14 años. Entonces nos reíamos, porque parecía graciosa aquella protuberancia sin sentido, fuera de lugar, pues si todos éramos hombres, ¿qué habríamos de hacer con eso?, y a cuál más, queríamos ocultarla, disimular tal vez el rubor que nos causaba la posible atracción de ver a tu amigo como un púber sátiro potente, lleno de oculto erotismo. Solo ahora me doy cuenta que jamás sospeché que, en quellas bellas tardes, mientras ardían crujiendo los cañaverales, el sol se ocultaba, hinchado de rubor, como un dios cayendo a nuestros pies.

Bienvenidos.

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